domingo, 19 de junio de 2016

El monje, de Matthew Lewis


EL MONJE


La anomalía española, el atraso social y político en los últimos siglos, ha sido motivo de interminables discusiones y hasta de vergüenza para los españoles. Pero también ha sido una fructífera fuente de inspiración para autores extranjeros, felices de encontrar el exotismo tan cerca de casa. A los españoles nos puede resultar pintoresca y hasta ingenua la imagen folclórica y costumbrista que se hacen algunos extranjeros de nuestro país pero el mérito artístico de muchas de estas obras es incuestionable, como es el caso de “El monje”, ambientada en el Madrid del siglo XVIII.
            Publicada en 1796, se considera una de las obras capitales del género gótico, si bien yo no he encontrado ninguna de las características que suelen asociarse a ese estilo. No hay largas descripciones ni una densa atmósfera. Por el contrario, sorprende el lenguaje fresco y directo, pintoresco para el lector actual pero accesible y siempre ameno. Incluso su clasificación dentro del género de terror es un tanto tangencial porque Lewis no intenta tanto inquietar u horrorizar al lector como entretenerle, objetivo que cumple de sobra. Más bien recuerda a las novelas de folletín que serían tan populares décadas después.
            También se ha dicho de “El monje” que es una obra hispanófoba, pero esto me parece el resultado de cierta susceptibilidad... Lo cierto es que Lewis muestra a los españoles como los seres humanos corrientes que son, con sus virtudes y defectos. El origen de los problemas de España no está en ningún carácter nacional sino en las instituciones, y en esto enfatiza mucho el autor. Incluso el protagonista no inspira sólo asco sino también lástima, porque el monje es un joven con grandes talentos que descubre que ha desperdiciado su vida tomando los hábitos.
Lo que “El monje” sí es, sin duda alguna, es una obra tan anticlerical que despertó recelos en Inglaterra, un país protestante, a pesar de que Lewis ataca contra instituciones propias del catolicismo. He aquí otro motivo por el que no considero “El monje” una obra gótica, porque no pertenece al romanticismo decimonónico sino de la Ilustración.  "El monje" denuncia una situación que puede parecer exagerada pero no lo es porque encontramos historias similares en tiempos mucho más recientes.
En cualquier caso este mensaje anticlerical sólo enriquece la lectura y no lastra el ritmo narrativo en ningún momento. El lector puede estar tranquilo porque el entretenimiento está garantizado desde un primer capítulo espectacular, ejemplo de cómo poner a los personajes en escena. A partir de ahí el entretenimiento no cesa gracias a unos excelentes personajes con historias cruzadas y acaban por resolverse en un final impactante. Así cuesta creer que se escribiera en apenas diez semanas una novela que ha resistido tan bien el paso del tiempo y que basta para que Matthew Lewis sea recordado.


Título: El monje (1796) / The monk
Autor: Matthew Gregory Lewis
Género: Terror
Nota: 9
Edición: Editorial Valdemar, El Club Diógenes (bolsillo) o Gótica (tapa dura)

miércoles, 9 de marzo de 2016

High-Rise (Rascacielos) o el escritor antes que el público



Tuve la ocasión de ver esta película en el festival SyFy en compañía de mi colega Magnus. En este enlace a su bloc podéis encontrar una reseña menos favorable de está película, así como de otras muchas de dicho festival.

Habiéndome fascinado en su momento la novela “High-Rise” (en España traducida como “Rascacielos”) de J.G. Ballard sentí una enorme curiosidad en cuanto supe que había sido adaptada al cine. ¿Cómo no iba a sentirla? Me cuesta imaginar una novela más difícil de llevar al cine. El argumento es tan demencial como que los habitantes de un nuevo rascacielos enloquecen y se destruyen entre sí. No fue concebida para ser un éxito de masas sino como un experimento literario sobre la autodestrucción, como una burla hacia la arquitectura moderna e incluso como una parábola marxista sobre la lucha de clases. Ni siquiera tengo claro en qué género podría clasificarla. Seré muy claro: “Rascacielos” es una enorme gamberrada que reseñé en su momento. 
            No tardé en descubrir el resultado porque “High-Rise” fue la película de clausura del festival SyFy 2016. Me preguntaba cómo habría el director cambiado la historia para hacerla más accesible al público. Para mi estupor descubrí que el guión de Amy Jump era completamente fiel al libro y que el director Ben Wheatley tampoco se había desviado de su espíritu transgresor. Viví la experiencia de ser uno de los poquísimos que disfrutaban la película con entusiasmo mientras el resto de la sala se sumía en el estupor y el asco. Un espectador anónimo incluso compartió en voz alta (sí, el festival SyFy es muy campechano) que aquello era “un truño”.
            Lo siento por aquellos que esperaban otra cosa o simplemente fueron atraídos por nombres famosos como Tom Hiddelston, Jeremy Irons o Sienna Miller (que cumplen perfectamente con sus papeles), pero yo tengo que reivindicar este “truño” como un ejemplo modélico de adaptación que no se limita a respetar el argumento sino que recoge su espíritu transgresor y repulsivo.
Puedo imaginar las objeciones de quienes pasaron un mal rato.
“Pero es un argumento absurdo. Los personajes enloquecen porque sí, sin ninguna explicación.” Sí, es un argumento irreal como la novela que adapta. Precisamente por eso es una novela fantástica y no realista, porque parte de una premisa imaginaria. Podría haber un niño que se va a una academia de magos o un tipo que adquiere superpoderes porque le muerde una araña mutante, pero Ballard eligió un rascacielos que desquicia a sus habitantes. Aunque entiendo que para muchos espectadores la película ganaría verosimilitud si hubiera un alienígena telépata de por medio.
            “Pero es repulsiva.” Como el libro, insisto. Además eso queda muy claro en los primeros minutos, en que se nos muestra el mismo principio impactante de la novela. Aunque es cierto que ver ciertas cosas puede ser más impactante que leerlas. Pero esto es cine y el director utiliza el lenguaje visual con el mismo entusiasmo de Ballard. A esto añadamos un uso muy notable de la música y tenemos escenas muy perturbadoras. No, no es una película que deje buenas vibraciones en el espectador.
            “¿Y no es pretenciosa?” Mucho, otra vez como la novela. Ballard no ocultaba su simpatía por la extrema izquierda y el director hace lo mismo aunque éste sería un punto fácil de obviar. “Rascacielos” es una parábola de la lucha de clases pero Ballard nunca es explícito. Se puede intuir por la lucha desquiciada de los inquilinos por ascender puestos y el conflicto entre los de arriba y los de abajo. Aquí el director hace una mención explícita para que nadie tenga dudas. Quizá sobraba, como el detalle de ambientar la película en los años setenta como la novela, cuando es tan atemporal. En cualquier caso son muestras del enorme respeto por el autor.


Sí, “High-Rise” es una película repulsiva y absurda que sólo recomendaría a un lector de la novela o a alguien con gustos morbosos y peculiares. Pero es que el director nunca pretendió ofrecer algo distinto a la novela y lo consiguió, aunque debía imaginarse que no gustaría.  Su único error fue elegir una historia que no podía triunfar. El guionista y el director prefirieron homenajear a uno de los grandes de la ciencia ficción a ganarse el favor del público. Tampoco creo que hubiera podido hacer como otros con “Tropas del espacio” o “La guerra de los mundos”: tergiversar la historia hasta convertirla algo completamente distinto a lo que pretendían Heinlein o Wells. En vez de eso prefirieron pensar en Ballard, fallecido en 2009.

miércoles, 27 de enero de 2016

Wayward Pines, adictivamente mediocre

El glutamato monosódico es uno de los aditivos más exitosos de la industria alimentaria. Lo encontramos en la comida china, las pizzas, las hamburguesas, los aperitivos en bolsa y otros muchos alimentos vetados en cualquier dieta. Sus efectos secundarios son controvertidos pero lo que está fuera de dudas es su capacidad para volvernos adictos a alimentos de nulo valor nutritivo.
            Wayward Pines es también un producto de escasa valía que, no obstante, resulta adictivo. No puedo decir que se me hiciera cuesta arriba en ningún momento. Me enganchó desde el prometedor principio hasta el desastroso final, incluso aunque fuera consciente de que estaba siendo timado. Porque sabemos que las hamburguesas son poco menos que basura pero no por ello dejamos de comerlas…
            La historia contiene todos los aditivos propios de un best-seller: un idealista héroe llega a una pequeña comunidad cerrada decidido a desentrañar su secreto y la correspondiente conspiración que hay detrás. Para ello tendrá que superar conspiraciones,  continuos cliff-hangers y giros inesperados. Ahí es nada.
            Sin embargo no voy a criticar a la serie por el mero hecho de emplear fórmulas manidas sino por su desastroso desarrollo. Porque el guión no hace más que perder verosimilitud con cada capítulo, convirtiendo la serie en una sucesión acelerada de absurdos. La coherencia no importa, todo vale con tal de deslumbrar e intrigar al espectador. Lo que en un capítulo parece negro, ¡abracadabra!, en el siguiente resulta que es blanco. La única razón por la que lamento no haber leído los libros que inspiran la serie es no saber en qué medida el despropósito es mérito del escritor o de los guionistas. En cualquier caso sería recomendable que todos fuesen apartados de sus respectivos oficios.
            Wayward Pines ha sido comparada con Twin Peaks y, efectivamente, ambas series están ambientadas en pequeños pueblos rodeados de coníferas donde pasan cosas muy raras. Las coníferas dan mal rollo y es que por algo hay cipreses en los cementerios. Más acertada resulta la comparación con Perdidos, aunque ésta tenía al menos buenos personajes que a menudo interesaban más que la trama central. Wayward Pines cuenta con actores relativamente conocidos pero con nulo carisma, de modo que ninguno es capaz de sobreponerse al desastroso guión y por eso no hay un solo personaje al que no acabara deseando una muerte dolorosa.
Sin embargo no comete ese error de Perdidos de mantener en vilo al espectador hasta el último capítulo para terminar con explicaciones apresuradas e insuficientes. Mucho antes del final de la serie el espectador sabe de qué va este sinsentido y es probable que, como yo, quiera saber cómo acaba. Ni el descabellado argumento ni los innumerables fallos del guión ni los personajes estereotipados ni los actores sin carisma ni los giros disparatados me detuvieron. No, esta serie pasó con alarmante facilidad todas las objeciones de mi cerebro. Era perfectamente consciente de que una historia tan absurda no podía llegar a buen puerto. No obstante me equivoqué porque al final del camino no encontré el final fácil y previsible que esperaba. Al señor Shyamalan, que avala este producto, sólo le gustan los finales inesperados e inolvidables, a ver si por algún casual vuelve a repetir el bombazo de El sexto sentido. Wayward Pines no es una excepción y, sí, consiguió sorprenderme. Otro motivo para desaconsejar esta serie pero allá el que piense que exagero. Avisado está. Por mi parte todavía estoy intentando olvidar ese final. 

domingo, 14 de diciembre de 2014

2012, gilipollez apocalíptica

De los norteamericanos en general se ha dicho que son gente de motivaciones simples, que su optimismo natural es tan contagioso como difícil de soportar para los que están inmunizados. En su defensa diré que no por ser un pueblo de entusiastas carecen de contradicciones. Este anhelo por los finales felices, que ha edulcorado innecesariamente tantas películas en detrimento de su valor artístico, convive con la fascinación por lo apocalíptico. Quizá los estadounidenses, después de todo, no tengan la conciencia tan limpia como pueda parecer ni sean tan optimistas respecto al futuro.
           
Sea como fuere, ningún norteamericano disfruta tanto destruyendo nuestro mundo como el director Roland Emmerich, que debió sentirse feliz al acercarse el año 2012. ¿Quién sabe? El mundo sobrevivió al espeluznante año 2000 pero todavía no podemos decir que hemos sobrevivido a la profecía maya. Aún queda la esperanza de que esta vez sea la profecía definitiva.
            Había que destruir el mundo y cualquier pretexto era bueno, debió pensar Emmerich. No queriendo volver a meteoritos o cambios climáticos, Emmerich decidió que radiaciones solares invisibles afectarían al núcleo terrestre, de modo que la tectónica de placas se convertiría en una fiesta.
            Hay que decir que la llegada de radiaciones solares intensas no es una broma y tiene precedentes. En tiempos de crisis lo que menos necesitamos es este fenómeno natural, que pudiera provocar averías nunca vistas en nuestro sistema de telecomunicaciones. Pero la teoría de Emmerich es tan absurda que hay que preguntarse si era necesario. Al fin y al cabo, si queremos destruir el mundo y damos por hecho que la humanidad lo merece, ¿hace falta inventarse tales gilipolleces pseudocientíficas? Soy agnóstico pero prefiero creer en un Dios todopoderoso y vengativo antes que en rayos que nos traspasan para fundir el núcleo terrestre. La magia puede fascinar tanto como la buena ciencia.
            Con todo, éste es el menor de los males que tendremos que soportar viendo 2012 y fácilmente podríamos disculpar a Emmerich en interés del entretenimiento. Más grave es el escaso acierto al elegir los actores, todos ellos anodinos y grises, empezando por John Cusack, el odioso protagonista. Cuando detrás de personajes poco creíbles encontramos actores sin el menor carisma el desastre está asegurado. Al principio el espectador puede sentirse indiferente pero le aseguro que es una sensación pasajera, porque acabará odiándolos hasta desearles una bien merecida extinción.
            Muy bien, ¿pero y los efectos especiales? Olvidémonos de lo absurdo del argumento y de los personajes lamentables, y cojamos un cartón bien grande de palomitas... Cierto, contemplar la destrucción del mundo es divertido y Emmerich no repara en gastos. Nada que objetar en esto y reconozco que la película podría ser entretenida, pero (¡ay!) Emmerich no quiere dejar que nos entretengamos sin más. Necesita meternos una enseñanza moral de por medio y nos aburre con las vidas de una pandilla de mediocres, empezando por un padre divorciado que salvará su matrimonio gracias a la muerte de miles de millones (¿estoy destripando el argumento? ¿Alguien esperaba que ocurriese otra cosa?...). Tengo un dejá vú. ¿No he visto esto mismo en La guerra de los mundos y otros filmes apocalípticos? ¿Por qué tanto empeño en no querer dejar disfrutar a los espectadores? ¿Por qué regatearnos las explosiones, los incendios y los derrumbes para aburrirnos con discursos moralizantes que no nos interesan lo más mínimo? Sí, a cada rato hay que detener la acción para que los personajes se nos pongan trascendentes y nos confirmen lo absurdo que es toda la trama. Señor Emmerich, no se sienta frustrado por no haber filmado Hamlet y simplemente déjenos disfrutar con cine palomitero y punto.

            Aún más, no se contenta con instruirnos sino que necesita un final feliz y resolver así la contradicción con la que comenzaba esta reseña. Destruir el mundo con un final feliz es poco menos que buscar la cuadratura del círculo. La solución de Emmerich es que entre los miles de millones de seres humanos se salve lo mejor de ella: los más ricos y poderosos. ¡Bravo, señor Emmerich! Nos reconforta saber que nuestros amados líderes políticos y económicos sobrevivirán a cualquier catástrofe. ¿Todos? No, no todas las ratas abandonan el barco... Hay dos excepciones. Una de ellas es el presidente de los Estados Unidos (hay que dejar clara su superioridad moral). La otra... Bueno, digamos que la escena es tan buena que los italianos todavía se están riendo de Emmerich y yo también me reí al llegar el lamentable final “feliz”, el remate para una película ridícula cuyo único mérito es demostrar que la humanidad merece extinguirse.

lunes, 14 de julio de 2014

Nebraska

Título: Nebraska (2013)
Nota: 7'5
Director: Alexander Payne
Duración: 115 minutos

Parece haber cierto gusto en la Academia de los Oscars por el blanco y negro, que no parece haber sido suficiente, sin embargo, para convencer al jurado. Con sus seis nominaciones, "Nebraska" fue probablemente la menos conocida de las grandes competidoras de la última gala de los Oscars. Una suerte igual tuvo en otros premios como los Globos de Oro o Bafta: muchas nominaciones y contados premios, como el de mejor actor para Bruce Dern en Cannes.
Por otra parte, escoger el blanco y negro podría parecer más extraño en una película ambientada en la actualidad y, sin embargo, resulta de lo más oportuno. Las posibilidades estéticas son muy grandes y "Nebraska" demuestra lo que limita en este aspecto la reticencia de muchos a cualquier película en blanco y negro. Lástima.
Pero más allá de esto "Nebraska" puede contar una historia ocurrida en el presente pero en un lugar anclado en el pasado, en la llamada América profunda, donde, al menos visualmente, nada parece haber cambiado desde los 50. Escasean los elementos modernos y los verdaderos protagonistas son los mayores, empezando por Woody Grant. 
Woody no fue un padre ejemplar y sus desvaríos seniles le han convertido en una sombra sin más ilusión que viajar hasta Nebraska y cobrar el millón de dólares que le promete la fraudulenta propaganda postal. Y también un único apoyo frente al desprecio del resto del mundo, el de un hijo ejemplar, pues "Nebraska" es una película sobre el amor filial. 
No hace falta desvelar más ni tampoco es una película para buscar una elaborada trama sino más bien para disfrutar con calma de la fotografía, de los cuidados planos, de las buenas interpretaciones y de la dulce y sencilla música que acompaña esta road movie. Una bonita estética que envuelve un mensaje dulcificado con oportunas notas de humor para evitar caer en lo lacrimógeno con algunos momentos realmente desoladores que vivimos con el viejo Woody. Cuesta entender que la película no haya conseguido algún premio más, aunque sólo fuera en el aspecto puramente estético y que ya he recalcado que es notable. Quiero creer que la competencia en 2013 fue realmente dura. 

Ficha en Filmaffinity:


domingo, 6 de julio de 2014

La joven ahogada

Hablar de Valdemar es hablar del terror más clásico pues, con algunas raras excepciones (pienso, por ejemplo, en Pilar Pedraza), hablamos de una editorial especializada en la literatura que llega hasta la primera parte del siglo XX y de reconocida calidad en cuanto a sus ediciones.
Con su nueva línea editorial Insomnia, Valdemar pretende editar novelas más actuales y está claro que, independientemente de que nos guste o no "La joven ahogada", es difícil encontrar una novela que se desmarque más del terror que podamos entender por clásico. Nada es "clásico" en "La joven ahogada", más allá de que la novela transcurra en Providence y sus sombríos paisajes, es decir, la tierra de Lovecraft. Otra cosa es que nos encontremos en las antípodas literarias de ese autor y que la propia autora llegue a afirmar que no escribe literatura de terror. 
     La joven Imp padece algún tipo de demencia hereditaria y, vigilada por su psiquiatra, nos cuenta en primera persona una historia que se encuentra entre la narración y la catarsis personal, sin que se sepa si quiere realmente ser escritora o poner remedio a su introversión. Como consecuencia las digresiones y los saltos son continuos. En ningún momento estamos totalmente seguros de qué es real o no, porque la propia Imp nos advierte de su tendencia a deformar sus recuerdos. Para acabar de complicarlo,  además de contarnos una historia intenta contarnos la historia de cómo se escribe esa historia, con lo que los recursos metalingüísticos son continuos. Yo mismo he de reconocer que ciertos pasajes me resultaron complicados y sospecho que una segunda lectura me descubriría nuevos detalles. Ha de leerse, pues, con atención y recreándose en los detalles y en los sentimientos de una protagonista que confunde lo real con lo irreal, lo cotidiano con lo mágico.
        Por cierto que soy de los que opinan de que el género importa a la hora de escribir y éste libro sólo me ha reafirmado en esa opinión. La peculiar relación lésbica de Imp con Abalyn es conmovedora y auténtica, una relación tan cercana que sirve de contrapunto a otra relación, malsana e inquietante. No diré más porque odio que me destripen los libros y quiero predicar con el ejemplo.

Es imposible no reconocer la enorme dificultad y la singularidad de escribir un libro como éste y que con esos méritos ganó en 2012 los premios Stoker y James Tiptree. Pero igualmente he de insistir en que no es una lectura fácil ni ligera que recomendar a cualquiera. Nos encontramos más cerca de Dostoyevski que de Lovecraft o Poe. , porque "La joven ahogada" antes que una historia de muerte y criaturas mágicas es la historia de Imp contra sus demonios interiores por conservar su cordura. Una lectura compleja pero con resultado satisfactorio.

Título: La joven ahogada (2012) / The drowning girl
Autor: Caitlin R. Kiernan
Género: Terror
Nota: 8
Edición: Editorial Valdemar, Colección insomnia (2014). Tapa dura con sobrecubierta
Lo mejor: es francamente difícil superar este ejercicio de novela psicológica
Lo peor: no es una novela fácil, hay que digerirla con paciencia.

Ficha en Tercera Fundación:

Sobre la autora:

domingo, 22 de junio de 2014

Comentarios